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Muchas veces, los padres y madres entendemos la crianza de los hijos como un tira y afloja continuo, como una 'pelea' donde no hay que ... bajar la guardia, como una sucesión de desafíos hacia nosotros... Y es una lástima que muchas veces lo reduzcamos todo a esa batalla que, muchas veces, ni siquiera debería serlo, simplemente porque los hijos –sean pequeños o ya adolescentes– no siempre están poniendo a prueba nuestra paciencia al negarse a hacer lo que les decimos... ¡Es que a veces no pueden! Tal cual, no es que entre todos hayan contratado al mejor abogado defensor del mundo, sino que la neurociencia se pone de su parte (en cierta medida) y..., sí, a menudo nos enfadamos con ellos porque no hacen algo y resulta que no están preparados para ello.
«¡No es que no quieran, es que literalmente no pueden! El cerebro de los niños y adolescentes está en desarrollo, especialmente la corteza prefrontal, que es la encargada de funciones como planificar, controlar impulsos, organizar o anticipar consecuencias. Pedirles cosas como 'piensa antes de actuar' o 'contrólate' puede ser excesivo si no han desarrollado aún las estructuras necesarias para hacerlo. Por eso, es clave ajustar nuestras expectativas a su etapa evolutiva y acompañarlos en ese proceso de madurez con guía, límites y mucha paciencia», explica Estefanía Igartua, psicóloga experta en terapia infanto-juvenil. Y ahora muchos adultos se estarán preguntando cuáles son esas cosas que pedimos a los chavales y que su cerebro no les 'deja' hacer.Son muchas y afectan a todas las franjas de edad, desde la más tierna infancia a la adolescencia, pero estas son cuatro de las más comunes:
Quién que haya tenido hijos no se ha desesperado con esos berrinches imposibles de atajar que estallaban en medio del súper, en el parque..., en todas partes, pero, sobre todo, cuando había gente mirando y el agobio se volvía aún mayor. Y quién no les ha reñido o implorado –y ofrecido de todo– para que se calmasen. Pues no había manera. Y no, no la había, psicológicamente hablando. «En esos primeros años, los niños no tienen herramientas internas de autorregulación emocional. Su sistema nervioso depende totalmente de los adultos para calmarse: necesitan la presencia, el abrazo, la contención. Si en ese momento el adulto grita, castiga o ignora, la situación empeora, porque la regulación emocional ocurre por contagio, tanto para bien como para mal. Lo que necesitan es que el adulto les 'preste' su regulación, actuando como base segura, hasta que con el tiempo vayan desarrollando la suya propia», explica Igartua.
Cuántas veces les pedimos a los peques que guarden un secretillo y lo sueltan al minuto uno. ¿Lo hacen para fastidiar o es que no son capaces de callarse algo? «Depende de la edad. Los niños sí pueden guardar secretos, pero no siempre comprenden qué es un secreto 'bueno' o un secreto 'malo'», matiza la experta. Por eso, la psicóloga puntualiza que es fundamental educarles para que comprendan que hay secretos que deben contar a los adultos (si alguien les hace daño, los amenaza o les pide que oculten algo raro). «Por eso, más que enseñarles a 'guardar secretos', debemos enseñarles a distinguir qué cosas es importante contar y a quién pueden acudir con confianza».
La pelea de todos los días con los chavales: la hora de irse a la cama conlleva bronca segura. Y no hablamos de los más pequeños: los adolescentes son los peores, porque encima argumentan que no tinen sueño y que por qué se tienen que acostar. «No es solo rebeldía: es biología y necesidad de autonomía. Durante la adolescencia, el ritmo circadiano se desplaza, lo que hace que sientan sueño más tarde. Además, están en una etapa donde necesitan diferenciarse de los adultos, tomar sus decisiones, tener su espacio –indica Igartua–. A veces los padres somos muy buenos en relaciones verticales (cuando ellos son pequeños y nos necesitan), pero nos cuesta más el vínculo horizontal que exige esta etapa». Respetar sus tiempos, dentro de unos límites sanos, ayuda a fortalecer su identidad y su desarrollo emocional, tal y como aconseja la experta.
¡¡¡¡Esta habitación parece una leonera!!!! Si tienes hijos y no has dicho nunca esta frase, enhorabuena. Es un clásico en casi todos los hogares. ¿Son todos los adolescentes unos guarretes capaces de amontonar ropa en el suelo y dormir con restos de comida junto a su cama? Qué va. «No es solo dejadez: muchas veces ese caos externo refleja su propio caos interno. Están en plena búsqueda de sentido, identidad, ideales, pertenencia. Ordenar la habitación puede no estar entre sus prioridades, y no siempre tienen herramientas ejecutivas desarrolladas para gestionar tareas complejas. Es importante enseñarles con paciencia, sin ridiculizar, ayudándoles a integrar poco a poco el valor del orden como algo que les beneficia a ellos, no solo como una norma impuesta».
A veces nos saca de quicio que los críos y adolescentes no vean el peligro. ¿Nos están poniendo a prueba? No, no es eso. «Ven el presente, lo inmediato. Por eso muchas veces actúan por impulso sin medir los riesgos». Tal y como señala Igartua, el cerebro no termina de desarrollarse hasta pasados los 25 años, «incluso hasta los 30 en algunos casos». ¿significa que entonces debemos disculparles muchas cosas? «No significa que no tengan responsabilidades –aclara Igartua–, sino que debemos ser realistas con lo que pueden asumir en cada etapa»
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