La odisea de Ibaa: diez años y seis países para venir desde Siria
Su padre estaba en España y tenía el derecho a extender su estatus de refugiado a su familia directa, pero el viaje de la hija y los nietos ha sido más duro y difícil que el de Ulises
Se hace llamar Ibaa, tiene 27 años y dos hijos de nueve y diez. Nació en Siria y su periplo por el mundo hasta llegar a Málaga se ha dilatado casi una década, desde que en 2016 se recrudeció la guerra, mataron a su marido y decidió abandonar el país. Nueve largos años y seis naciones, y eso que en teoría lo tenía más fácil para venir como refugiada a España, porque su padre había llegado antes, había logrado ese estatus, es decir, era beneficiario del esquema de protección internacional, y había solicitado su extensión a su hija y a sus nietos, a lo que tienen derecho con la ley española. En la práctica ha sido mucho más complicado, como sucede siempre y como con frecuencia denuncia la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR).
Para Ibaa y su familia ha sido tan difícil como los mitos de Ulises –por lo larga de la travesía– y Hércules –por los trabajos que han tenido que hacer– juntos. Tanto se ha prolongado que las carambolas de la historia han hecho que Ibaa se haya instalado en Europa coincidiendo prácticamente con la caída del régimen de Al Assad en Siria y con el teórico final de la guerra que ha asolado el país durante casi el mismo tiempo que esta joven viuda ha estado recorriendo mundo junto a dos pequeños. Pese a todo, confiesa que con la nueva situación que atraviesa su país es muy difícil que regrese a corto plazo: su familia pertenece a una minoría chií y ahora quienes están al mando son sunitas. Aunque los que más le preocupan son los ajustes de cuentas y el descontrol que se cierne sobre Siria.

«He estado en lo más bajo y ahora sé que voy a salir y no me olvido de la gente que me ha ayudado. Cuando me levanto cada mañana no me creo que pueda estar aquí»
Todos los avatares vitales no han dejado huella en su luminoso rostro del que no se borra la sonrisa: «Siento que tengo toda la vida por delante y soy optimista. Me gusta seguir cualquier punto de luz. Además, lo mío es de familia», justifica cuando se resalta su alegría y su fuerza. También comenta lo agradecida que está a España: «He estado en lo más bajo y ahora sé que voy a salir y no me olvido de la gente que me ha ayudado. Estoy viviendo una sensación muy bonita. Cuando me levanto cada mañana no me creo que pueda estar aquí. Lo vivo como un milagro».
Ibaa y sus dos niños salieron andando de Siria de la mano del líder de una milicia. Al saber que se trataba de una mujer viuda con sus hijos, quienes mercadean con personas, es decir, quienes permiten cruzar la frontera a cambio de dinero, se apiadaron de ella y pasó a Turquía gratis. Se instaló en Estambul. Al poco tiempo logró un trabajo en la economía sumergida y alquiló una casa. Pero el objetivo de su padre era traerse a su hija y a sus nietos a España. Desde aquí, pidió la extensión familiar. El procedimiento marca que Ibaa lo único que tenía que hacer era recoger la documentación para poder viajar a España y reunirse con su padre. Pero en Estambul no pudo culminar el proceso porque no tenía papeles: la familia había huido de un país en guerra, rápidamente, prácticamente con lo puesto, e Ibaa y sus hijos no contaban con toda su identificación en regla. Así que el primer intento de reagrupación familiar salió mal. Discurría entonces el año 2018.
Dado que a partir de 2020 las cosas se comenzaron a poner difíciles para los sirios en Turquía, Ibaa se vio obligada a realizar los trámites desde otro país, es decir, que en lugar de tener que recoger en la embajada española en Estambul la documentación para poderse reunir con su padre en España buscó hacerlo en otro país más amistoso con los refugiados: Jordania, su capital.
Expulsiones y vuelta a empezar
Entre medias, la expulsaron varias veces de Turquía. La primera vez que la devolvieron lo hicieron sin sus hijos: simplemente, la detuvieron en el trabajo porque no tenía ni permiso de residencia ni laboral y la deportaron con la prohibición además de volver a Turquía en un periodo de cinco años. Pero, de nuevo, se las ingenió para huir de la guerra y volver a Estambul. La expulsaron una segunda vez de Turquía, en esta ocasión con sus hijos; la policía iba buscando a otra familia, los encontraron a ellos tras echar la puerta abajo de su casa y los repatriaron a Siria, donde dieron muchos tumbos, pero donde también aprovecharon para sacarse la documentación que les faltaba: no habían olvidado su objetivo de venirse a España, de hacer uso del derecho español, que reconoce la extensión del estatus de refugiado a la familia directa una vez obtenido. Así que se las compusieron para llegar a Alepo y sacarse los pasaportes. Y eso, en un país en guerra, donde los sobornos son la moneda corriente para cualquier trámite y tuvieron que pasar por caja.

Ibaa cuenta que no era seguro para su familia quedarse en Siria. Y dada la experiencia de Turquía, ésa tampoco era una posibilidad, por lo que su siguiente destino fue Líbano. «Ahí donde vamos estalla la guerra. Empezaron los bombardeos y el descontrol», lamenta, en referencia al conflicto que enfrentó entonces, hace un par de años, a Israel con Hezbolá en la frontera entre el Estado judío y el árabe. Ante estas noticias, el padre de Ibaa les ayudó a trasladarse al Kurdistán irakí, donde logró un permiso temporal para instalar una tienda de campaña. Aunque en ese punto, la familia ya veía la luz al final del túnel, o la Itacá tras un viaje tan largo y con tantas escalas como el de Ulises y con tantos trabajos como a los que condenaron a Hércules: la extensión familiar del estatus de refugiados para Ibaa y sus hijos estaba aprobada.
«Qué sensación de alegría»
Todavía quedaba una última prueba. La mujer tenía que organizar el viaje a Jordania, concertar una cita en la embajada española para recoger la documentación y organizar su mudanza a Málaga. No era nada fácil. Para entrar en ese país le requerían que un residente intercediera por su familia, es decir, que hiciera las veces de anfitrión burocrático. Y lo logró. El pasado mes de febrero la familia consiguió su documentación en Ammán y pocas semanas después llegó a España. «Qué sensación de alegría tuve. Empecé a sentir mariposas en el estómago. No pegué ojo en el avión porque quería estar pendiente de todo. En España, en Madrid, tuvimos que pasar una noche en la estación de autobuses. Pero no fue una mala experiencia porque ya estábamos aquí». Ibaa no durmió hasta que no se instaló en Málaga, en el dispositivo de CEAR, al lado del mar.
Es muy joven, tiene la vida por delante, ya lo ha dicho. Ahora lo que quiere hacer es estudiar cualquier cosa relacionada con la justicia. Y desea que sus hijos, que hasta el momento no han tenido oportunidad de ir al colegio, estudien. «Son muy inteligentes, pero no han tenido posibilidades de desarrollarse. Creo que en España el entorno sí ayuda», afirma, ilusionada. Al menos, ya no necesitan estar continuamente escapándose. Han encontrado por fin un lugar seguro a partir del que seguir construyendo su vida.
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