La partida infinita de Eugenio Salomón
El ajedrecista gijonés, de 96 años, es quizás la única persona del mundo que aún puede presumir de haber jugado contra Alexander Alekhine
Manuel Azuaga Herrera
Sábado, 24 de mayo 2025, 22:15
Hay relatos de vida que, por su enorme caudal, son amazónicos. Están llenos de afluentes y personajes fantásticos, de pequeños remolinos que hacen girar la historia para después dejarla marchar corriente abajo, transformada y copiosa. Hoy les vengo a contar uno de esos relatos. Al menos un pedazo. Y quiero arrancar en 1943, en Gijón, en el instante exacto en el que un chico de 14 años derrotó al campeón de España de ajedrez, José Sanz Aguado, en una exhibición de partidas simultáneas. A la mañana siguiente, el periódico 'El Alcázar' tituló: «Ha llegado otro Arturito Pomar». El chico era (y es) Eugenio Salomón, protagonista de una de las aventuras más fascinantes de las sesenta y cuatro casillas.
Desde 1960, Eugenio vive en Estados Unidos. A sus 96 años, mantiene joven la memoria. «Yo soy historia», me dice. Quizás el secreto de esta lucidez haya sido jugar al ajedrez. O al bridge, otra de sus pasiones. La primera vez que oyó la palabra «ajedrez» fue en 1939, con 10 años. «Yo cursaba el primer año de Bachillerato en el Jovellanos de Gijón», aclara. «Mi compañero de clase y amigo de por vida era Manuel González Rico. Manolín me contaba alucinado que su tío Antón era el campeón de Asturias. Este Antón era Antonio Rico, toda una personalidad. Ganó un torneo en Gijón por delante de Alekhine».
Un héroe de carne y hueso
El abuelo materno de Eugenio vivió por un tiempo en Cuba y regresó a España con los bolsillos llenos de esperanza. Fue uno de tantos indianos que hicieron las Américas y, gracias a esta circunstancia, Eugenio se crio en Asturias como el nieto de una familia rica. Pero ya saben que la fortuna, siempre quebradiza, puede irse al traste en una sola jugada. Así, con el estallido de la Guerra Civil, los Salomón lo perdieron todo. «Lo peor de la guerra fue la ruptura interna que sufrimos. La parte de la familia de mi madre, de ascendencia alemana, era de derechas. Pero la de mi padre era de izquierdas, republicana», explica Eugenio con voz grave.
La biografía del padre de Eugenio, Robert Salomon (sin tilde en el apellido) es uno de esos afluentes torrenciales a los que hacía mención al principio. Sin duda, Robert fue un héroe. Es uno de esos tipos que merecen una película. Fue amigo íntimo del general José Miaja, defensor de Madrid contra las tropas de Franco. «Mi padre salvó la vida de muchos inocentes», señala Eugenio.
El inicio de la Guerra Civil pilló a Eugenio y a sus hermanos en Gijón, en casa de su abuelo, cerca de la playa. Sus padres, en cambio, estaban en Madrid, desde donde huyeron a Francia. Más tarde, la madre pudo volver y se reunió con sus hijos, pero Robert quedó atrapado en las fauces de otra guerra. La crónica que describe Eugenio es conmovedora: «Mi padre estuvo preso en un campo de concentración de Hitler en la Francia ocupada. Tras un bombardeo, pudo escapar. Se hizo voluntario del Ejército inglés y sobrevivió a la catástrofe de Dunkerque». En este punto, recordemos que los nazis habían sitiado la región para dejar sin salida a más de 300.000 soldados aliados. En medio del caos y la barbarie, Robert Salomon se las ingenió para conseguir una bicicleta. «La confiscó», en palabras de Eugenio. En su huida, pedaleó sin descanso desde Dunkerque, en la frontera belga, hasta San Juan de Luz, muy cerca de la frontera española. Más de mil kilómetros de norte a sur. Durante su estancia en San Juan de Luz, Robert sobrevivió, entre otros menesteres, dando clases de ajedrez.
«Pégueme dos tiros»
Antes de volver a poner el foco en Eugenio es necesario que les cuente un poco más sobre su padre. Lo haré de forma telegráfica. Robert había practicado montañismo con el general Miaja. Esta afición le ayudó a cruzar los Pirineos. Sin embargo, la policía lo detuvo y decidió enviarlo de vuelta a Francia. Robert pidió entonces hablar con el coronel al mando: «Pégueme dos tiros aquí mismo», le suplicó. «Así podré morir en España, donde tengo esposa y cuatro hijos. No quiero morir en manos de Hitler». Este ruego ablandó al coronel, quien envió a Robert al campo de concentración para extranjeros indocumentados de Miranda de Ebro. He encontrado en archivos oficiales el registro de su entrada: «12478. SALOMON SCHWARZ, ROBERT. APÁTRIDA». Durante su cautiverio, enseñó a jugar al ajedrez al resto de prisioneros. Finalmente, la familia de su mujer movió hilos y Robert quedó en libertad, aunque con una única condición: debía abandonar España.
Eugenio se reencontró con su padre en 1941, en Gijón. No se veían desde el 18 de julio de 1936. Después de casi cinco años sin contacto, jugaron al ajedrez durante horas. Estuvieron juntos hasta que alguien denunció la situación de Robert. En 1943, tras un nuevo periodo en otro campo de concentración, el padre de Eugenio cumplió con su parte. Se marchó a Cuba, donde trabajó como violonchelista en la Orqueta Filarmónica de La Habana. Unos meses más tarde, Eugenio conoció a su ídolo, el campeón del mundo Alexander Alekhine.
El consejo de Alekhine
Por aquellas fechas, el Casino de la Unión de los Gremios de Gijón se había convertido en el templo del noble juego de los años cuarenta, en el Café de la Régence de la posguerra española. En 1944, Félix Heras, hombre fuerte del ajedrez asturiano, logró convencer a Alekhine para que participara en el primer Torneo Internacional de Gijón. Durante la visita del francés, el Dr. Casimiro Rugarcía, buen aficionado al ajedrez y tío de Eugenio, se convirtió en el médico personal del campeón.
Una tarde, «el tío Casi» le pidió a Eugenio que acompañara a Alekhine por la calle Corrida de Gijón, desde el club de ajedrez hasta el hotel Comercio del muelle, a solo tres manzanas. «Fue un paseo corto, pero inolvidable. Yo llevaba del brazo a Alekhine, quien además de campeón mundial era mi ídolo», recuerda Eugenio. De repente, Alekhine se paró de golpe y miró fijamente a los ojos de aquel muchacho de 15 años. «Joven, el ajedrez no es algo a lo que debamos dedicar toda nuestra vida», le dijo. «Fue muy emocionante», reconoce Eugenio. «Es probable que él viera en mí a un chico enamorado del ajedrez. A su manera, yo creo que quiso cuidarme, darme un consejo que, por otra parte, siempre he tenido presente».
Durante el Torneo Internacional de Gijón, Eugenio ejerció de ayudante. Entusiasmado, le pidió a su madre que le comprara un juego nuevo de piezas, unas piezas que acabaron colocándose en el tablero del campeón francés. A finales de ese mismo año, Alekhine ofreció una exhibición de partidas simultáneas. Eugenio fue uno de los diez elegidos y alargó más que nadie la lucha. De hecho, si en la jugada 10 hubiera capturado el caballo blanco de Alekhine, la ventaja le hubiese dado la victoria. Pero Eugenio retiró su caballo a la casilla 'g6' y, a la postre, fue Alekhine el que se llevó el punto.
A la ciega en clase de Anatomía
En 1947, Eugenio estudió primero de Medicina en la Escuela de San Carlos de la Universidad de Madrid, junto a su amigo íntimo Víctor Manuel García Queimadelos, alias Queima. Los dos jóvenes se sentaban en la última fila del anfiteatro donde se impartían las clases de Anatomía. Mientras el profesor proyectaba en grande las imágenes de un libro del médico francés Léo Testut, ellos jugaban al ajedrez a la ciega, para lo cual se iban dando las jugadas en susurro. Cosas como «peón, cuatro rey», «caballo, tres alfil rey», «peón, cinco rey». Y así hasta completar la partida. «Nos daba tiempo a jugar dos, más o menos», recuerda Salomón.
Ese mismo año, Eugenio participó en el IV Torneo Internacional de Gijón. Fue inolvidable. Empató a puntos con Arturo Pomar y venció al campeón de España, Antonio Medina. La noticia de esta victoria llegó a oídos de su padre, en La Habana, quien le escribió una carta para decirle que estaba «orgulloso de su alumno». Al poco de esta gesta, Eugenio se marchó a Cuba.
En la isla, Eugenio logró un contrato como jefe de fabricación del ingenio azucarero Central Providencia. Además, daba clases de Industrias Rurales en la Universidad de La Habana. La vida, en apariencia, le sonreía. Hasta que el 18 de julio (infausta fecha, de nuevo) de 1960 todo se desmoronó. «Fidel Castro dio un discurso de más de dos horas en el que anunció el cese del rector y de los decanos de la Universidad», rememora Eugenio. «Lo importante no era ser un buen profesor, sino un buen revolucionario. Cuando oí esas palabras supe que estábamos a las puertas de una dictadura. Entonces me dije: es el momento de irse. A la mañana siguiente, renuncié».
No lo tuvo fácil. Las autoridades cubanas le confiscaron el pasaporte. En términos ajedrezados, diríamos que estaba en 'zugzwang'. Pero Eugenio, siempre hábil en el tablero de la vida, encontró una jugada intermedia y pudo salir de la isla destino a Nueva York, una ciudad que pisó sin dominar el inglés y con solo cinco dólares en el bolsillo. «Es irónico», reflexiona Eugenio. «Escapé de España a Cuba con mi familia por culpa de la extrema derecha. Y de Cuba a Estados Unidos por culpa de la extrema izquierda».
De repente, Eugenio pasó a ser Gene. Conoció a su mujer en Manhattan, de pura casualidad. Se casaron. Tuvieron cuatro hijos. Desde 1952 (desde los años cubanos), Eugenio no jugaba al ajedrez. Pero, en 1968, tras 16 años alejado de los tableros, volvió a competir en New Jersey. «El espíritu de mi padre me acompañó durante el torneo. Jugué con una intensidad que nunca llegué a alcanzar durante toda mi carrera», escribió mucho tiempo después.
En este recorrido amazónico y caudaloso ha quedado mucho que contar, pero tengo marcado en rojo un último apunte. Hace unos meses, Eugenio participó brevemente en el documental 'El pequeño peón', dirigido por Joan Gamero. La cinta es un bellísimo homenaje a la figura de Arturo Pomar, con quien nuestro protagonista mantuvo una relación de amistad. En el documental vemos a Eugenio mostrar a la cámara una dama negra entre los dedos. Aquí se revela el secreto. Esa dama pertenece al conjunto de piezas que su madre le compró en 1944. Me refiero a las piezas que Alekhine usó durante su participación en el I Torneo Internacional de Gijón, a las mismas que han acompañado a Eugenio en su extraordinaria aventura, en esta partida infinita.
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