Un viaje personal y profesional que cruza fronteras
El profesor Ignacio José Melero acaba de firmar un estudio que podría cambiar la forma en la que entendemos las relaciones microbianas y su papel en el equilibrio de los ecosistemas
Adri Revilla
Martes, 17 de junio 2025, 11:30
En un laboratorio del Departamento de Botánica y Fisiología Vegetal de la Universidad de Málaga, Ignacio José Melero Jiménez sonríe mientras ajusta el enfoque de su microscopio. Este joven malagueño de 33 años acaba de firmar un estudio que podría cambiar la forma en la que entendemos las relaciones microbianas y su papel en el equilibrio de los ecosistemas. Y lo ha hecho tras un viaje científico y personal que lo ha llevado desde las aulas de la UMA hasta Israel, Boston y Madrid.
Melero es profesor ayudante doctor en la UMA y especialista en evolución microbiana. Su investigación más reciente analiza lo que se conoce como rescate evolutivo, un fenómeno en el que una población en peligro por estrés ambiental es «salvada» por la aparición de organismos resistentes. Este fenómeno se ha estudiado ampliamente en poblaciones aisladas, pero Melero y su equipo decidieron ir un paso más allá: explorar qué ocurre cuando los microorganismos no están solos, sino que dependen unos de otros.
«Trabajamos con comunidades de bacterias en las que una produce un tipo de nutriente y la otra otro. Es decir, no podían sobrevivir sin colaborar», explica. El experimento duró meses y se realizó mayoritariamente en laboratorios de Israel y Madrid, donde Melero trabajó gracias a una beca Postdoctoral Margarita Salas.
La investigación de Melero no es aplicada en sentido estricto: «Hago ciencia básica, estudio principios fundamentales sobre cómo funciona la vida a nivel microscópico», dice con claridad. Sin embargo, este tipo de conocimiento es la base de muchas aplicaciones futuras.
De hecho, ya hay equipos trabajando con consorcios microbianos en el interior de ratas para observar cómo se comportan en un entorno realista. «No se puede experimentar con humanos, así que se hacen pruebas en modelos animales. Marcan genéticamente a ciertas bacterias dentro del microbioma y ven cómo evolucionan cuando se introducen antibióticos», explica.
La historia personal de Ignacio Melero es también la historia de una vocación inesperada. De adolescente soñaba con ser profesor de Educación física. «Me gustaba el deporte y la idea de tener vacaciones», cuenta entre risas. Pero una asignatura en bachillerato, Ciencias de la Tierra, lo hizo cambiar de rumbo. «Me encantó. Luego descubrí la carrera de Ciencias Ambientales, y ahí empezó todo».
En la UMA conoció a Antonio Flores, catedrático y decano, que le ofreció colaborar en un proyecto de microbiología y evolución. Desde entonces no ha parado. Tras la carrera hizo un máster en Teledetección en Madrid, y más tarde volvió a Málaga para hacer su tesis sobre evolución de cianobacterias y microalgas en condiciones de cambio global. Durante ese tiempo realizó estancias en Edimburgo y posteriormente se marchó como postdoctoral a Israel y Estados Unidos. «Lo que me ha dado salir fuera no tiene precio: abrir la mente, conocer otras formas de hacer ciencia, hacer amigos de todo el mundo».
Después de ir descubriendo lugares, Melero ha decidido volver a su ciudad natal. «La casa tira. Aquí tengo mi familia, mis amigos, mi grupo de bici. Y también siento un compromiso con la Universidad de Málaga. Me formaron, me dieron las herramientas. Quiero devolver algo y ayudar a mejorar la ciencia aquí. Pero eso no significa cerrar puertas. Me encanta la docencia, pero si surge una buena colaboración en Australia o en India, me voy unos meses. Tener base aquí no me impide moverme. Lo importante es que la ciencia me motive», afirma.
Melero también es consciente del abismo que separa el mundo científico del resto de la sociedad. Por eso se esfuerza en hacer divulgación: participa en eventos como La Noche Europea de los Investigadores, recibe a estudiantes de secundaria en el laboratorio y colabora con periodistas. «Lo mínimo es devolver ese conocimiento a la sociedad».
Su objetivo es sencillo, y lo tiene claro. «Mi meta es disfrutar: investigar, dar clase, salir en bici por las tardes. Ya conseguí lo que quería. Ahora se trata de pasarlo bien».
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